jueves, 28 de julio de 2016

Mandalas


Una vez pregunte ¿Cómo se debe hacer un mandala?, la repuesta más poética que recibí fue: "Piensa en un circulo (ni siquiera esto es ley) y deja que tu corazón te lleve; pero lo más importante que debes preguntarte sobre el mandala no es como se hace sino por qué se deshace." 

Según el budismo tibetano, la destrucción de un mandala al finalizar su creación es una manera de practicar el desapego y no codiciar el resultado de sus actos. La belleza misma del mandala se ve potenciada por su fugacidad.

Eso es lo que debemos aprender de los mandalas, a no idealizar y a dejar ir, disfrutar el momento, el camino y no recorrerlo pensando solo en un destino que no nos llenará.

En este sentido, el mandala es como un beso o como un orgasmo, es sin dudar la cúspide de la sensaciones en el momento que se produce, pero pasa inmediatamente dejando solo la quemadura de su recuerdo en la memoria. Nunca se sabe de cierto si habrá otro y si solo se está pensando en el siguiente, nunca se disfrutan plenamente. 

Eso es precisamente lo que separa al amor de la pasión, la pasión es un continuo inicio, siempre desea más, siempre está corriendo a alcanzar lo siguiente; el amor, en cambio, sabe que cada uno es una culminación en si, lo efímero es su reino y cada repetición es un pletórico milagro que vuelve a maravillarnos.

Hay que besar y amar hasta que la sinestesia haga estallar un caleidoscópico universo de mandalas en nuestros ojos.

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