lunes, 24 de abril de 2017

El Pozo


Había un viejo pozo seco en el rancho, al menos, es lo que siempre creímos todos que era.

Ya estaba viejo y sellado cuando lo encontré en mi infancia, cubierto de maderas podridas, rodeado de malvas, lleno de telarañas y hojas secas.

Incluso ya estaba así cuando lo encontró mi padre también siendo un niño, quizás ni mi propio abuelo lo vio nunca dar agua.

Pero en esta tierra el agua es escasa, así que no es raro abrir pozos y luego abandonarlos una vez agotados, apuesto que cada maldito rancho en este lugar tiene al menos un pozo seco.

Quizás es por eso que nunca le dimos importancia, era sólo algo que estaba ahí, en el rincón más alejado de nuestras tierras, un punto tan maldito que para más inri, jamás sirvió como tierra de cultivo porque en él sólo crecían arbustos y cizaña.

Pero han sido malos tiempos para el rancho, ¿Saben?, primero una plaga que azotó los cultivos, luego el invierno más jodidamente frío que estas tierras han conocido y finalmente hubo una sequía que nos hizo pensar que no volvería a llover nunca. Al final uno termina haciendo cosas de las que jamás se creyó capaz...

Empezando por vender la tierra, al principio fue poco, sólo unas hectáreas del lugar que he trabajado toda mi vida, donde mi padre ha trabajado toda su vida, donde mi abuelo trabajo toda su vida al igual que su padre antes de él.

Sólo Dios sabe cuántas generaciones de mi familia dejaron su vida aquí antes de que yo viniera en maldita la hora y terminara vendiendo un pedazo de nuestra tierra a una corporación lechera.

Pero fue poco al principio, sólo unas hectáreas, Por supuesto eran hectáreas excelentes. Buenas tierras de cultivo, sí señor. Nadie en su sano juicio compraría un yermo salvaje donde sólo hay un pozo seco.

Claro que han sido muy malos tiempos.

Muchos amigos de la zona han vendido sus tierras, familias que han compartido sus vidas lado a lado por muchísimos años han vendido todo y desaparecido por el camino.

Ahora todos mis vecinos son la compañía lechera, una granja hidropónica y  una enorme filial de Monsanto donde sólo Dios sabe que hacen y yo definitivamente no quiero saber.

Incluso el viejo Tom, el eterno cacique del pueblo vendió todo y se fue al carajo, ¿De qué sirve ser cacique de un pueblo fantasma?

Somos realmente pocos los que quedamos, resistiendo las constantes visitas de abogados queriendo comprar, somos gente de antes, gente que sabemos que la tierra es fuerte, que la tierra nos hace más familia que la sangre. Amamos esta tierra y ella nos ama a nosotros, siempre nos da lo necesario para vivir.

La venta de la tierra sirvió para sostenernos el año posterior a la plaga, pero no para mucho más. El dinero empezó a escasear cuando tuvimos que alimentar al ganado pues, a falta de cosecha y vegetación, estaba muriendo de hambre.

Al final ni siquiera pudimos llegar a levantar la siguiente cosecha antes de aceptar que necesitábamos dinero o terminaríamos muriendo de hambre nosotros mismos con el ganado.

Mi padre es un hombre testarudo, difícil y complicado. Probablemente por eso lo dejo mi madre hace años y mi hermana jamás viene de visita.

Creo que en el fondo yo soy el único que sigue aquí porque soy igual que él.

Por eso y por amor. Amor a esta tierra no a mi padre. No me mal interpreten, amo al viejo con todo mi corazón y sé que él también me ama aunque jamás lo haya dicho, pero yo hablo de algo más profundo, el amor a la tierra es algo que no le puedes explicar a quién no ha tenido tierras y si las ha tenido no es necesario explicarlo. Les digo, amamos esta tierra y ella nos ama a nosotros.

Quizás sólo estoy siendo testarudo como el viejo.

El caso es que terminamos pidiendo dinero al banco. Porque claro que un pueblo puede sobrevivir aunque el cura se haya ido, el doctor más cercano este a 50 kilómetros y sólo quede un maldito maestro en toda la escuela, pero sería impensable no tener un jodido banco donde ir a empeñar el alma.

El préstamo vino bien y permitió levantar una buena cosecha, no como en los viejos tiempos, pero esos tiempos acabaron para todos. Fue una buena cosecha y punto.

Los pagos del crédito iban bien y en algún punto nos sentimos idiotamente optimistas al respecto.

Pero han sido muy malos tiempos...

Cuando azotó el invierno nadie estaba preparado para algo así, el hielo quemó hasta la mismísima tierra y ninguna cosecha pudo sobrevivir.

El buitre que envió el banco dijo que a causa de los intereses debíamos más de lo que nos habían prestado en un inicio, aún con todos los pagos realizados.

No les voy a mentir. Sé que no soy el mejor cristiano del pueblo y que jamás he intentado serlo, pero mi madre hizo un buen trabajo criándome. Jamás he albergado malos sentimientos contra nadie.

Hasta que conocí al abogado buitre.

Les digo, han sido malos tiempos y uno termina haciendo cosas que nunca haría...

Una mala noche, al salir de la cantina, vi al maldito jurista paseando por la calle, tan pagado de sí mismo por haber ayudado al banco a despojar a medio pueblo de sus tierras. No sé qué me sucedió, sólo sé que al día siguiente desperté en las celdas de la vieja comisaría, tenía una demanda por lesiones y un enemigo jurado.

No hace falta ser un genio para saber que el banco terminó arrancando otro pedazo de nuestro rancho y quedándose con él para venderlo inmediatamente a Monsanto o al mismísimo Satanás si tenía los suficientes billetes.

Fue ahí cuando comenzó la sequía. El noticiero habla de cambio climático, efecto invernadero y todas esas estupideces, pero yo sé lo que pasa realmente; Es la venganza de la tierra. A los que amamos la tierra, la tierra nos ama y nos da lo necesario, pero cada vez hay más idiotas que no la aman ni la respetan, la llenan con sus químicos y sus experimentos y entonces la tierra nos tiene que recordar quien manda.
Al final de ese año el tamaño del rancho era menos de la mitad de lo que había sido y las tierras de cultivo eran pocas y tremendamente secas, por lo que tuvimos que empezar a buscar opciones. Fue cuando volvimos a encontrar el maldito pozo.

Una mañana mi padre tomo el tractor y se fue a las tierras viejas. Haría varios años que ningunos nos parábamos ahí, pero la necesidad llama y uno tiene que hacer lo necesario para salir adelante. La intención del viejo era remover la tierra, eliminar la mala hierba y darle a la tierra una nueva oportunidad de dar vida. Sin embargo, esa tierra jamás ha dado nada bueno y por el contrario terminamos dañando el tractor cuando las viejas maderas del pozo cedieron bajo su peso.

Ni el viejo ni yo recordábamos el pozo. Carajo, si no fuera por la necesidad ni siquiera recordaríamos esta parte del rancho. Era de esos lugares que tienen algo, no sabes lo que es, pero que te hacen querer irte y no volver ni siquiera la mirada.

Gastamos todo un día en rescatar el tractor tirando de él con la camioneta, pero el daño ya estaba hecho. El eje y los muelles del cacharro estaban destrozados y no había dinero para las reparaciones. Pero no todo estaba perdido, teníamos un nuevo pozo y con algo de suerte quizás tuviera agua de nuevo en su interior.

Así que todas nuestras esperanzas y esfuerzos fueron a dar al pozo. ¿Entienden?, ¡fueron a dar al pozo! JAJAJAJA.

En fin. Lo primero era saber si el maldito pozo tenia agua, así que atamos un cubo al extremo de una soga y lo lanzamos al fondo. Bueno, eso del fondo es un decir. La verdad es que después de veinte metros de cuerda el maldito bote seguía suspendido en el aire. Tuvimos que sacarlo de nuevo y volver con una cuerda más larga al día siguiente.

Sin embargo el resultado fue el mismo, una cuerda de 40 metros bajo por el negro orificio y jamás toco fondo. Al menos es lo que creímos, es difícil saberlo con una cuerda tan larga colgando en peso muerto, hay momento en que sientes que pesa demasiado, como si algo más colgara de ella o como si alguien intentara jalarla desde el fondo.

Finalmente tuvimos que armar un arco con una polea y usar todo el rollo de cuerda que teníamos en el rancho.  No sé qué profundidad alcanzo al final, pero juraría que fueron más de 80 metros. Lo bueno es que encontramos agua. Lo malo es que encontramos algo más.

Pero no nos adelantemos, al principio todo fue bien, empezamos a trabajar el campo circundante al pozo y estuvimos sacando agua constantemente sin ningún inconveniente hasta el día del incidente.
Era otro día de trabajo como habían sido los últimos, alrededor del pozo, bajo el inclemente sol y en plena sequía. Trabajábamos todo lo que pudiéramos mientras hubiese luz de sol, por lo que parar e ir a casa a comer no era una opción. Todos los días llevábamos nuestra comida y nuestras bebidas con nosotros, pero el sol amenazaba con echar a perder los alimentos y calentaba de horrible manera los refrescos, así que se nos ocurrió resguardarlos en el pozo.

Colocamos la comida y los refrescos en el cubo y lo dejamos caer dentro del pozo, obviamente no hasta el fondo, solo lo dejamos caer lo suficiente para que estuvieran en un lugar fresco y luego pusimos una tranca en la polea y empezamos nuestra jornada.

Calculo que había pasado poco más de una hora cuando sucedió. Escuchamos un crujido sordo y abrupto, similar al que haría un hueso seco al quebrarse bajo tu pie. Era el palo de madera que hacía las veces de tranca para evitar que la cuerda siguiera bajando al pozo, la misma cuerda que ahora descendía con estrepitosa velocidad hacia el fondo de la tierra.

El viejo y yo corrimos a detenerla, pero la velocidad que llevaba hacía que se escurriese entre nuestros dedos. Al fondo del maldito agujero, la cuerda se agitaba salvajemente y el eco de repiqueteo del cubo contra las paredes lo hacía sonar como gruñidos salvajes.

Finalmente pudimos controlar  la cuerda y tratamos de jalarla pero algo tiro con fuerza de ella hacia el fondo. El viejo y yo intercambiamos una mirada nerviosa pero no dijimos nada, volvimos a tirar de la cuerda y nuevamente hubo una respuesta pero con mucha más fuerza esta vez.

Definitivamente, había algo allá abajo.

Nuevamente intentamos subir el cubo y esta vez no hubo resistencia, al contrario, la cuerda estaba sospechosamente ligera. Al final de la cuerda encontramos el cubo maltrecho y lleno de marcas parecidas a rasguños de garras o dientes. Era como si un perro enorme hubiese estado jugando con él. Pero eso no era todo, al fondo del maltrecho cubo encontramos un montón lodoso y húmedo de piedras.

Mi padre tomo una con curiosidad y la reviso rápidamente sin dejar de echar miradas nerviosas al pozo, luego tomo el resto y las envolvió en un pañuelo que puso en su bolsillo. Sobra decir que ninguno de los dos estaba tranquilo y era imposible que siguiéramos trabajando como si nada, así que acordamos irnos. Mientras caminaba a la camioneta volví la vista y vi a mi padre colocando el cubo lejos del pozo.

Había algo allá abajo y ninguno lo queríamos aquí arriba.

Y sin embargo volvimos al día siguiente. ¿Ya mencione que el viejo es un hombre testarudo? Pues lo es. Y mucho. Ese mismo día por la tarde se acercó a mí y dijo que teníamos que volver. Yo no podía creer lo que oía, sobre todo porque aún no me recuperaba del susto, pero mi padre tenía buenas razones. Primero, que si no trabajamos esa tierra nos vamos a morir de hambre o tendremos que vender el rancho entero y la segunda y más importante, que las piedras tomadas del cubo resultaron ser enormes trozos de material brillante que el viejo estaba seguro que era oro.

Según me contó, en tiempos del abuelo de su abuelo había oro en estas tierras, mucho oro, el cual, lógicamente, atrajo miles de personas que vinieron, acabaron con todo y se fueron. En aquellos tiempos los ríos estaban llenos de personas lavando rocas en búsqueda de pepitas y era común ver destellos dorados por todo el cauce.

Pero han sido malos tiempos ¿Saben?, el oro se terminó hace mucho y nadie había vuelto a encontrar nada de valor en esta zona, por lo menos hasta ahora.

El viejo incluso tenía una teoría muy aceptable, según decía debajo del pozo podría correr un río subterráneo lo suficientemente caudaloso y violento para haber tirado de la cuerda con esa fuerza, y que al jalarla nosotros, el cubo pudo haber raspado el lecho del río trayendo las valiosas piedras con él.

Ciertamente era una teoría difícil de aceptar, pero en aquel punto yo está dispuesto a creer cualquier cosa que sonara mínimamente posible, con tal de dejar de imaginar cosas. El caso es que volvimos al pozo. Sería tonto pretender que crean que volvimos por valentía o por amor a la tierra cuando lo  cierto es que volvimos por el oro, nada más.

Pero eso sí, una cosa era que el viejo terco tuviera una teoría y otra muy diferente que yo estuviera dispuesto a acercarme de nuevo al pozo, al menos no tan pronto. Así que al día siguiente mi padre me mando a la ciudad más cercana a tratar de verificar que lo que teníamos era oro de verdad y no pirita corriente (Oro de tontos).

Al principio no quería ir, mucho menos yo solo porque eso representaba un viaje de al menos 6 horas, pero sabía que el viejo no iba a ceder y que mi única alternativa era volver al pozo, así que temprano esa mañana salí del rancho y por primera vez en mi vida tuve una sensación de estar huyendo de ese lugar.

Pero estar en la ciudad no fue mejor, nunca me he sentido cómodo en esos lugares, así que de inmediato me dirigí a la primera casa de empeños que encontré y trate de vender una roca. El dependiente me veía nervioso una y otra vez mientras revisaba la piedra y al final me dijo que él no podía comprarla, pero que podía contactar a alguien que sí. Decidí ir a comer algo en lo que el tipo hacia sus llamadas, pero casi de inmediato me llamó y me pidió ir a la tienda de nuevo.

El sujeto al que llamó estaba con él en la tienda y no me dio buena espina en absoluto, era incluso peor que la clase de persona que uno espera encontrar en un negocio de mala muerte como este. Inmediatamente empezó a cuestionarme de donde había sacado esas piedras y que si cuantas tenia. Mentí como nunca en la vida tratando de convencerles de que las había encontrado en un paquete caído al lado del camino. Ellos fingieron creerme y yo fingí no darme cuenta de que lo sabía, al final me entregaron un generoso puño de billetes arrugados y me dejaron ir siempre que les prometiera volver si acaso “Me encontraba” de nuevo con un paquete igual.

En la mañana sentí que huía del rancho y después de esa experiencia huía de la ciudad, pero esta vez no me sentía solo en absoluto, al contrario, varias veces estuve seguro que alguien me seguía, pero no lo pude confirmar del todo.

Finalmente volví a casa emocionado y asustado a partes iguales, deseando contar a mi padre las buenas noticias del oro, pero eso no era nada en comparación con lo que el viejo tenía que contar.

Durante el día no resistió la tentación y volvió al pozo. Intento una y otra vez sin éxito repetir el resultado del día anterior. Pero justo cuando estaba a punto de darse por vencido, se le ocurrió la idea, puso en el cubo un chocolate que llegaba en la pechera del overol de trabajo y dejo deslizarse la cuerda.

No mucho tiempo después, pero si antes de llegar al fondo, la cuerda dio un salto brusco y nuevamente se escuchó ajetreo al fondo del pozo, cuando elevo la cuerda el cubo traía una pequeña y brillante piedra.

En este punto yo estaba horrorizado, pero la expresión de mi padre era de júbilo y le brillaban los ojos como a un maníaco. Fue ahí cuando pronuncio la frase que aun hoy escucho en mis pesadillas: “Le gustan las gallinas”.

Yo en pleno shock aun no terminaba de entender a que se refería mi padre cuando este repitió “Le gustan las gallinas” mientras ponía sobre la mesa dos puñados de lodosas piedras brillantes.

Había algo (o alguien) allá abajo y le gustan las gallinas.

Ni siquiera recuerdo como llegué a mi habitación, lo que si recuerdo es que esa noche es la más larga que he pasado en toda mi vida. Sobra decir que no pude pegar el ojo en toda la noche.

A la mañana siguiente el viejo y yo tuvimos que hablar claro durante el desayuno, nada de ríos subterráneos ni oro de tontos, había algo allá abajo y ambos lo sabíamos, ahora el plan era decidir qué haríamos al respecto.

Yo propuse tapar el pozo, después de todo, es lo mismo que hicieron otros antes de nosotros por alguna razón que aun desconocíamos y que, en lo personal, no me apetecía conocer. Pero el viejo se opuso. Por fin teníamos a la mano los medios para salvar el rancho y no perderle, al fin y al cabo, el pozo se podía sellar luego, cuando tuviéramos suficiente oro.

Como dije, esta tierra siempre te da lo que necesitas, pero cuídate mucho de no tomar más de lo que requieres. Después de pensarlo un rato decidimos que eso haríamos, juntaríamos un poco de oro, solo lo necesario para salvar el rancho y luego sellaríamos el maldito pozo.

Sonaba como un plan endemoniadamente bueno, pero ¿Acaso no suenan siempre así todos los planes que acaban terriblemente mal?

Pasamos un par de días buenos, por la mañana subíamos algunas gallinas a la camioneta e íbamos al pozo, por la tarde volvíamos sin las gallinas, pero con algunos muy valioso puñados de piedras.

Sabíamos que lo que nos habían dado en la casa de empeños era una nimiedad, ese oro debía de valer mucho más, pero tampoco se trataba de arriesgarse y ser descuidado, había que ser pacientes, juntar lo suficiente y luego venderlo todo junto.

Cada noche volvíamos a casa hablando de todo lo que haríamos con el oro: Un nuevo cobertizo, un pozo de aire, un nuevo tractor; Carajo, al paso que íbamos podríamos comprar de vuelta las tierras que vendimos sin importar el precio que pidieran por ellas.

Pero como ya he dicho, han sido malos tiempos.

Una noche se acabaron todas las gallinas. No un día. NO. Una noche. Por la mañana salimos a la camioneta dispuestos a repetir nuestra nueva rutina y al llegar al gallinero encontramos un desastre de plumas y sangre. Algo había entrado por la noche y había acabado con todas las gallinas.

Al principio pensamos que pudo ser un Coyote o algún león de montaña, aún se llega a ver alguno de vez en vez por estas tierras, pero nuestro gallinero era firme y a prueba de esos animales. La madera tenía huellas de garras y dientes por todas partes y al final la malla metálica fue partida a la mitad con algo muy afilado y de una fuerza descomunal.

Inmediatamente fuimos al pozo. Ninguno de los dos hablaba, nadie contaba planes ni proponía que cosas comprar con el oro, una sombra en nuestras caras anunciaba claramente que esto no era parte del plan.

Nuestros temores se confirmaron al llegar al negro agujero en el piso. Cerca de la orilla había un pequeño montón de rocas brillantes, mezcladas con lodo, plumas y sangre.

Mi padre se apresuró a subir la cuerda y el cubo para dejarlos fuera del pozo, después tomo el montón de piedras y nos fuimos inmediatamente de ese lugar, huyendo como si hubiésemos visto al diablo. Quizás lo habríamos visto si hubiésemos llegado un poco más temprano…

No fuimos al pozo durante una semana. Cada vez que pensaba en eso me venían arcadas pues escuchaba en mi mente a mi padre diciendo “Le gustan las gallinas” y veía la sangre y las plumas regadas por todo el rancho.

Finalmente decidimos cerrarlo, tapar para siempre ese maldito agujero y olvidarnos de que existía. Estábamos decididos a hacerlo, pero ninguno de los dos quería acercarse otra vez. Ambos estábamos nerviosos todo el tiempo y apenas hablábamos, éramos como un par de fantasmas deambulando por la casa.

Casi gritamos del susto la mañana que alguien llamo a la puerta.

De entre todas las personas del pueblo, de la ciudad cercana, inclusive de todo el maldito país, la última persona en quien habría pensado estaba tocando la puerta. Mi padre abrió y frente a él se encontraba el mismísimo abogado buitre.

El viejo no se movió de su lugar, ni le invito a pasar ni mucho menos le ofreció algo de beber y solo se limitó a mirarlo fijamente esperando que dijera lo que vino a decir y se largara. Pero el maldito no parecía dispuesto a irse pronto, trato de que lo invitáramos a pasar usando su encanto y palabrería, pero nada de eso funcionaba.

Finalmente se cansó de aparentar y mostró sus cartas: “Vengo por el oro.” Fue todo lo que dijo pero no hizo falta más. Mi padre y yo nos quedamos helados al escucharlo, lo cual le dio oportunidad de seguir y empezar a exponer su punto. Sabía que teníamos oro, que lo habíamos ido a vender a la ciudad y según su contacto era muy buen oro. Su propuesta era simple: Quería una parte. No le importaba como lo obteníamos, pero tenía perfectamente claro que no teníamos un permiso de extracción, por lo cual, según explicó, el gobierno se podría quedar con todo.

Ahí es donde, según dijo, lo necesitábamos a él. El licenciado del mal se encargaría de todo el papeleo, los permisos y por supuesto la venta del material, quedándose con una “generosa pero justa” comisión. En caso de no aceptar, su “deber civil” era informar a las autoridades de la irregular situación, con lo cual posiblemente perderíamos todo.

Han sido malos tiempos y nuevamente el abogado buitre era el ave de mal agüero que traía la tormenta.

La discusión fue sumamente corta, no teníamos opción y el muy maldito lo sabía, además no se iba a ir hasta que le diésemos una respuesta, así que al final tuvimos que acceder a todos sus términos. Bueno, no a todos, al menos no al principio. Él insistía en saber cómo habíamos logrado montar una mina en nuestras tierras sin que nadie se enterara. Lógicamente no podíamos decirle que lanzábamos gallinas a un pozo y que algo allá abajo nos pagaba con pepitas de oro, así que opte por contarle una versión distorsionada de los hechos, diciéndole que encontramos un viejo pozo en los campos y que al bajar a cavar para reactivarlo, habíamos encontrado la veta.

Todo podría haber salido bien si tan solo se hubiese tragado el cuento y se hubiese largado, pero no, nuestro indeseable visitante insistió en ver el pozo y aunque ni mi padre ni yo teníamos intención de volver allá más que a cerrar el maldito lugar, al final tuvimos que ceder.

Cuando llegamos todo parecía normal, la cuerda con el cubo estaba enrollada a un lado del pozo tal como la habíamos dejado y el viento se había encargado de las plumas y de cubrir con tierra los rastros de sangre.

El canalla estaba en éxtasis, no podía creer lo simple de todo aquello. Lo primero que hizo fue tomar el cubo y lanzarlo al fondo de la cavidad, con tanta prisa que ni siquiera reparo en los arañazos y marcas de dientes que tenía el metálico recipiente. Mi padre y yo intercambiamos una mirada nerviosa pero no dijimos nada. Su intención era saber que profundidad tenía y se sorprendió bastante de todo lo que tardó el cubo en caer.

Cuando subió de nuevo el cubo, tomó un poco de agua, se enjuagó las manos y entonces lo devolvió al pozo trabando la cuerda para no dejarlo bajar del todo, después de eso volteo y nos enfrentó. Dijo que ese pozo tenia agua y que no había rastro de material de mina, que más nos valía confesar la verdad porque no tenía tiempo para juegos.

Debo aclarar que no estoy orgulloso de lo que pasó después, de hecho, ni siquiera estoy seguro de cómo pasó, yo me encontraba en un trance febril, un poco impulsado por el miedo a lo que había en el pozo y otro poco impulsado por mi odio al abogado buitre, solo recuerdo haberle dicho algo sobre una escalera oculta para bajar al pozo y que la vería si se acercaba más.

Cuando se acercó al agujero lanzó un aullido de sorpresa y cayo al fondo del pozo sin dejar de gritar.

De pronto me di cuenta de que yo estaba parado en el lugar donde él estuvo un segundo antes, con mis manos aun extendidas después de haberlo empujado.

Luego vino el miedo y el pánico. El viejo y yo nos vimos a los ojos sin poder creer lo que acababa de pasar y corrimos a detener la cuerda del pozo que ahora corría vertiginosamente al fondo de la tierra. Luchamos unos instantes y de pronto por fin la caída se detuvo, hubo un breve momento de silencio y luego los gritos reanudaron, pero esta vez no eran de sorpresa, era gritos de terror.

La cuerda se agitaba salvajemente y por más que luchábamos para subirla, una fuerza superior tiraba de ella hacia abajo. Después de lo que pareció una eternidad, finalmente pudimos empezar a izar la soga, lentamente debido al peso que traía con ella. Sinceramente no sé qué esperábamos encontrar, quizás la adrenalina del momento nos hacía albergar esperanzas de encontrar al abogado buitre afianzado al final de la cuerda, endemoniadamente molesto, pero vivo. La verdad es que ninguno dijo nada en los segundos que tardamos en subir la cuerda y el silencio era tan pesado que empecé a reír histéricamente solo para escuchar algo.

Pero la risa termino de golpe cuando terminamos de subir la cuerda.

Al final de esta se encontraba el cubo aún más maltratado, bañado en sangre, colgando girones de ropa y solo Dios sabrá que cosas más, pero eso sí, lleno hasta el tope de piedras brillantes.

Mi padre de sentó en la tierra, cubierto en sudor por el esfuerzo y mudo sin quitar la vista del cubo que colgaba frente a nosotros. Mientras tanto yo luchaba contra el asco y las náuseas. "Creo que ahora ya no le gustarán tanto las gallinas" pensé y otra vez empecé a reír como maniático.

Tienes que deshacerte de su vehículo”, fue todo lo que dijo el viejo y yo di la vuelta y empecé a caminar de vuelta al lugar donde estaba aparcado. No conteste nada. No pregunte nada. Me urgía escapar de ese lugar. Solo tomé el volante y conduje sin rumbo hasta que noté que era de noche.

Abandoné el vehículo en una calle de aspecto bastante inseguro en la ciudad, deje las llaves puestas y las puertas abiertas. Creo que era bastante seguro que no volveríamos a verlo, pero aun cuando lo encontraran yo ya no pensaba estar cerca. Había decidido largarme de una buena vez del rancho. Ni todo el amor por la tierra o por el viejo me mantendría cerca de aquel maldito agujero.

Al menos es lo que creí, pero ya saben, han sido malos tiempos.

Al volver al rancho me encontré al viejo en la mesa de la cocina, al parecer él tampoco había dormido nada. Sobre la mesa había un montón de piedras dorado terroso. Me dijo que era todo lo que teníamos hasta ahora. Más de la mitad eran lo que habíamos recibido por el abogado del diablo, al parecer el viejo había vaciado el cubo y había lavado todas las piedras.

Junto a las piedras había un par de cartuchos viejos que de inmediato reconocí. Era dinamita. Mi padre solía fabricarlos cuando era niño para llevarnos a pescar con ellos, antes de que estuviera prohibido.

Me dijo que tenía un plan: llevaríamos las últimas cabezas de ganado que teníamos en el rancho al pozo, sacaríamos todo lo que pudiéramos de ahí y luego meteríamos el par de cartuchos encendidos y los lanzaríamos al fondo para sellar esa maldita apertura de una vez por todas.

Ya no importaba el rancho, ni las tierras ni nada, lo único que importaba era tomar el oro, cerrar el pozo y largarse de ahí lo más pronto posible. Y yo estaba perfectamente bien con eso…

Una vez acordado el plan, tomé un largo baño, comí todo lo que pude tragar y me fui a tratar de dormir. No supe más de mí hasta la madrugada del día siguiente, el cielo afuera aún estaba oscuro pero no quería seguir en la cama, así que me levante y salí a preparar todo para nuestra última excursión al pozo.

Cargué la camioneta con algunas herramientas, enganché el remolque para transportar ganado y llevé ahí un par de nuestras mejores vacas. Luego entre a la casa y preparé el desayuno.

Al principio no me sorprendió no encontrar al viejo en pie, después de todo yo había despertado en plena madrugada, pero al terminar de cocinar noté que el sol ya había salido por completo y mi padre siempre ha sido persona de campo, jamás se levanta después de que sale el sol.

Le llamé un par de veces desde el pie de la escalera, pero sabía que tendría que subir. Algo dentro de mí lo sabía desde antes pero no quería aceptarlo. Al final subí sin dejar de llamarlo hasta que llegué a la puerta de su habitación. La puerta estaba llena de rasguños y marcas.

Tarde una eternidad en darme valor para entrar y cuando finalmente lo hice la escena fue peor de lo que pude haber imaginado. La cama estaba totalmente cubierta de sangre y había chorros escurriendo por las paredes y la ventana dándole a la habitación una iluminación rojiza y nauseabunda. No había rastro del viejo lo único que encontré fue otro montón de relucientes piedras sobre el colchón.

Creo que se hacen una idea de lo que pasó.

Yo por lo menos no he hecho otra cosa durante todo el día más que imaginarlo.

Imaginarlo y esperar.

En estos momentos sigo esperando sentado en mi habitación. Sé que vendrá. No estoy seguro de si algún día encontraran estas páginas y sepan lo que pasó en realidad, pero de lo que si estoy seguro es que eso vendrá por mí.

Afuera ya oscureció, es hora de guardar este escrito y preparar la dinamita.

Dios, me muero de ganas de ver sus ojos (¿Acaso tiene ojos?) cuando entre a mi habitación y me encuentre despierto, con el explosivo en una mano y el encendedor en la otra.

¿Sentirá miedo?

¿Sentirá arrepentimiento?

¿Todavía le gustaran las gallinas?

Quizás nunca lo sepa pero sé que le va a doler.

Definitivamente han sido muy malos tiempos, pero juro por Dios que se terminan hoy...

lunes, 17 de abril de 2017

Fin del Mundo



"Hasta el fin del mundo es hermoso."

Eso pensaba mientras miraba el cielo naranja y los hongos de humo nuclear en el horizonte. Aquí, sentado en su mecedora, no podía importarle menos estar atestiguando el fin del mundo.

No lee las noticias desde hace tiempo, realmente no sabe que detonó todo el alboroto, solo sabe que de pronto varios países empezaron a lanzarse unos a otros todo su arsenal nuclear. Si, ese mismo arsenal que juraban no tener. En las últimas horas, todas las grandes ciudades del mundo se volvieron solo un vago recuerdo.

"Y sin embargo es un hermoso fin del mundo."

El cielo está lleno de tonos naranjas con vetas caprichosas de verdes y violetas, como una toxica aurora boreal. 

La última aurora boreal.

Pero nada de esto le importa en verdad. En este momento él solo piensa en ella.

No piensa en venganza alguna, ni siquiera contra los padres que llenaron su infancia de abusos, vejaciones y sufrimientos. Tampoco piensa en la radiación que su cuerpo debe de estar recibiendo en estos momentos, y mucho menos piensa en arrepentimientos ni en absoluciones. Es perfectamente consciente de todo lo malo que hizo y está convencido que no merece ningún perdón.

Él solo piensa en ella. 

No puede evitar desear que todo hubiese sido diferente entre ellos, más convencional, pero aun así, el tiempo con ella fue la mejor época de su vida. Solo fueron unos pocos años, los últimos, sin embargo esos años hicieron valer toda su existencia.

No está orgulloso de lo que hizo, pero ha dedicado su vida a complacerla y tratar de hacerla feliz para compensarla. No hay forma de lograrlo. Incluso cuando a veces un destello de felicidad se asoma en ella, él sabe que no es del todo real. Pero no por eso ha dejado de intentarlo.

Justo hace unos minutos se despidió de ella, comió a su lado sin decirle nada de lo que sucede afuera y en cambio le contó la vieja fabula del elefante de circo, aquel que desde pequeño es atado con una cuerda a una estaca en el piso y cuando crece, la estaca lo sigue deteniendo porque ya ni siquiera hace el intento de moverla.

"Nunca seas ese elefante", le dijo. 

Luego la beso y se fue para siempre. Salió del sótano donde la ha mantenido encerrada desde que la secuestró y por primera vez en todos estos años, no cerró la puerta con llave.

Ahora, aquí sentado, viendo el fin del mundo, solo espera que el sótano la mantenga a salvo de la radiación y que ella no sea como ese elefante, que no haya dejado de intentar. Espera que eventualmente vaya a esa puerta y la abra. Reza para que ella pueda sobrevivir a esto y quizás ser de verdad feliz.

Porque él solo desea lo mejor para ella.

Porque podrá ser un monstruo, pero a su manera la ama...




miércoles, 5 de abril de 2017

Cazar Palabras


A veces las palabras huyen, las musas suelen ser seres morbosos, la felicidad las aburre, prefieren la compañía de los bohemios, les gusta beber de la melancolía y ofrecer consuelo con sus dotes a los desdichados.

Y mientras tanto, los otros, los que de momento no vivimos en la nostalgia, ni nos emborrachamos de añoranza,  tenemos que esperar pacientes a que las musas nos recuerden. 

Tenemos que salir armados a cazar las tan amadas palabras.

Porque las letras también son veleidosas, les gusta saberse amadas pero no siempre corresponden ese amor de la misma manera.