viernes, 23 de septiembre de 2016

La Gente Que Me Gusta...


Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad. Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios.

Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio.

Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme.
La gente que tiene tacto.

Me gusta la gente que posee sentido de la justicia.

A estos los llamo mis amigos.

Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor.

La gente que nunca deja de ser aniñada.

Me gusta la gente que con su energía, contagia.

Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.

Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.

La gente que lucha contra adversidades.

Me gusta la gente que busca soluciones.

Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.

Me gusta la gente que tiene personalidad.

Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.

La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.

Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.


Mario Benedetti

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Haz Que No Parezca Amor...



Haz que no parezca amor.
Que es lo que se lleva ahora.

Duelen tantas tripas en nombre de la libertad.

Tú dices libre y yo digo cobarde.

Cobarde todo aquel que no es capaz de comprometerse con el instante.

Cobarde todo aquel que no esté presente cuando el otro está desnudo y vulnerable.

Cobarde todo aquel que puso un límite desde el principio.

Yo es que no quiero nada serio.

Como si no fuera lo suficientemente serio estar dentro físicamente de otro ser humano.

Yo es que no creo en las etiquetas.

Como si ponerle nombre a las cosas fuera algo malo.

Yo es que busco pasar el rato.

Como si la vida fuera para siempre.

Hay algo tan neurótico en nuestra manera actual de relacionarnos.

Tan irrespetuoso con la vida.

Tan impaciente.

Y queremos más: más picante, más gorda, más grandes, más altos, más guapas, más fuertes, más delgadas.

Nos aburrimos porque no nos soportamos a nosotros mismos.

Porque no queremos que nadie nos conozca.

Porque es más sencillo empezar de nuevo cada dos años vendiendo nuestra mejor cara.

Porque es mucho más sencillo follar que limpiar lo follado.

Porque tenemos miedo a que en el fondo seamos un auténtico fraude.

A que cuando el otro arañe un poco vea que no hay nada.

Nada serio.

Y aquí seguimos rascando, cambiando cromos repetidos, poniéndonos ropa interior cara para que otros se limpien los pies al entrar.

Haciendo del amor una servidumbre de paso.

¿No sientes a veces que tú vales más que todo eso que haces?

Que tú eres un jodido milagro.

Con tus ojos que todavía pueden ver.

Con tu pies moviéndose para llevarte al lugar que quieras.

Con tu boca capaz de dar las gracias.

Con tu piel ocupando una plaza en el mundo.

¿No sientes a veces que tú te mereces más que lo poco que te hacen?

Dos besos mal pegados.

Tres minutos entre las piernas.

Cinco embestidas.

Y un WhatsApp: No me agobies.

Lo más triste es que esta sociedad nuestra ha conseguido invertir los papeles.

Ahora si dices que sientes algo, estás loco.

Es muy pronto.

Muy arriesgado.

Poco inteligente.

Dime tú, cómo lo haces para no sentir algo cuando lo haces.

¿Cómo se finge la vida?

Cómo se hace para que nunca parezca amor.

Y que simplemente parezca un accidente.


Roy Galán.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Por qué elijo a Batman...


Why I chose Batman
By Stephen King

Cuando era niño, ciertas preguntas tenían que ser contestadas... o al menos discutidas, si hallarles una posible respuesta era imposible. 

Una era si creías que en la Serie Mundial, la racha sin hits de Don Larsen era maestría, destino o simplemente una tonta suerte. 

Otra se refería a lo que se encontraba dentro de las pelotas de golf. Es decir, todos sabíamos qué se encontraba dentro de la superficie blanca: millones de ligas. Pero había algo más en el exacto centro. Un líquido que muchos creían era el veneno más letal del planeta; otros consideraban era una sustancia tan peligrosa que te destrozaría los dedos al contacto, dejando los huesos; y otros incluso la creían un explosivo que detonaría al contacto con el pavimento. 

Estaba la pregunta del porqué los personajes de Disney llevaban guantes blancos. La pregunta de si siquiera existía un set completo de cartas verdes de Davy Crockett (las rojas eran simples de conseguir, pero las verdes eran peculiarmente escasas). La pregunta de si saldrías de cabeza en China si existiera la posibilidad de cavar un hoyo de aquí hasta allá por el centro de la Tierra.

Eran las preguntas que se contestaban cuando tenías mucha pereza de nadar hasta la balsa. Solo te tirabas a reposar en la playa. O cuando caminabas a casa desde el campo de béisbol en un acalorado verano, con los pies quemándose dentro de tus tenis. O antes de dormir en los campamentos. 

Y una siempre era ésta: ¿Prefieres a Batman o a Superman? 

Yo siempre elegí a Batman.

Me imagino que muchos amigos míos no se acuerdan de los cómics ni de la pregunta, pero me alegro de contarles que yo jamás crecí. Solo me salió pelo en algunas partes de mi cuerpo y desarrollé una gran responsabilidad en el corazón, teniendo amigos que vivieron lo mismo: amamos a nuestra esposa e hijos, hacemos nuestros trabajos, pero también seguimos leyendo los cómics. Y yo todavía elijo a Batman.

Esto no es para decir que no me gustó Superman; permítanme decirles a todos los que aullan por mi sangre (incluyendo editores, escritores e ilustradores que darían sus vidas , honor y sus sagrados cheques por proteger la imagen y el buen nombre del Hombre de Acero) que me gustaba mucho. No podía no agradarte, porque era de los buenos (y, contrario a los pensamientos de algunos estúpidos de antes y de ahora, los niños se sienten naturalmente atraídos a los buenos... gracias a Dios) porque contaba con todos los geniales poderes, por tener un repertorio variado de enemigos para batallar (incluyendo el pequeñuelo con el impronunciable nombre -al que todos pronunciábamos Mixtaplic- y que para regresarlo a la cuarta dimensión debías engañarlo a decir Kingzlap o algo por el estilo), porque contaba con impresionantes amigos (como Perry White, quien era J. Jonah Jameson mucho antes de que el trepa paredes se graduara de los pañales a los pantalones).

Pero había algo de Superman que siempre encontré un poco... déjenme ver. No decepcionante, eso no es lo que quiero decir, pero -esperen, lo tengo. Preordenado. Era muy fuerte para mí, demasiado capaz, quizá porque yo era un niño que usaba gafas gruesas, o tal vez porque el concepto de invulnerabilidad le daba una ventaja injusta (ser bueno siempre debe ser más difícil que ser malo). Tomen por ejemplo el súper aliento. ¿Es justo solo poder soplar a Metrópolis después de que Lex Luthor la hizo volar sobre el Atlántico con jets de poder nuclear? Quizá, pero yo, yo tenía algo de complicaciones con el concepto. Contaba con su Talón de Aquiles, desde luego, pero era (al menos hasta que los editores empezaron a confundir con Kriptonita roja, Kriptonita amarilla y quizá hasta la Kriptonita color pistache) demasiado pequeño.


Un tipo rico, sí.
Un tipo fuerte, lo concedido.
Un tipo inteligente, apuesto a que sí.
Pero... no podía volar.

Pienso que eso formó mi preferencia más que otra cosa. Recuerdo los anuncios para la primera película de Superman (¿se acuerdan de la primera película de Superman, pandilla? ¿Allá en el pasado cuando el mundo era joven y los dinosaurios rondaban la Tierra?), los que decían VAS A CREER QUE UN HOMBRE PUEDE VOLAR. Bueno, yo no creía. No en la película y no en los cómics (irónicamente, lo más cercano que llegué a creer fue con su serie de televisión). Pero cuando Batman bajaba de una cuerda hacia la guarida del Joker o paraba al Pingüino de tirar a Robin en un recipiente de grasa en ebullición con un batarang muy bien lanzado, yo creía. No eran cosas habituales, les concedo eso amablemente, pero eran cosas posibles. Podía creer en un Justiciero Enmascarado que se columpiaba de cuerdas, lanzaba boomerangs con excelente precisión y conducía como Richard Petty intentando llevar a una mujer embarazada al hospital.

El súper aliento era difícil de creer, pero alguien que conservaba un pequeño compuesto para disolver (para las laboriosas cuerdas con las que los pillos del mundo siguen insistiendo en atarte) en un compartimento de su cinturón, una linterna de alta potencia en otro y un anestésico en otro compartimento (Batman ponía personas a dormir con dardos especiales diez años antes de que se usaran para sedar animales salvajes o personas)... bueno, ese estilo de tipo era mi estilo de tipo.

Aunque recibió sus propios ejemplares, es Detective Comics lo que más relaciono con Batman en mi mente. Realmente era un detective; con las disque características de una aparente inmortalidad como las de los modernos superhéroes, esos hombres del Olimpo lo rechazaron. Tenía que ser un detective. No podía contar con un súper aliento para regresar Ciudad Gótica a su sitio original tras un crimen; debía detener al Acertijo o a quienquiera que fuera el villano antes de que accionara los jets de poder nuclear. Como Sherlock Holmes, Batman miraba los rastros que dejaban los malos; tomaba las huellas; sacaba muestras de cabello de la escena del crimen y tomaba testimonios. Tenía expedientes -también como Holmes- en la forma de operar de varios criminales. Buscaba patrones, sabiendo -como todos los grandes detectives- que si se encuentra un patrón, puedes estar esperando al villano en su siguiente parada. Batman vivía con su ingenio y combatió y desarmó -en ocasiones de modo brillante- a algunos de los mejores villanos jamás creados. Detuvo desde robos de joyerías hasta planes bien diseñados... Y conseguía vivir una vida alterna al mismo tiempo, esa de Bruce Wayne, prominente millonario. Recaudaba dinero, en los sesenta recaudó más inteligencia y hasta recaudó a un compañero, Dick Grayson (Robin).

Oh, y otra cosa. Quizá la real razón de por qué me agradaba más que el otro tipo. 
Existía algo siniestro en él.
Así es. Ya me escucharon.
Siniestro. 

Como la Sombra y el Hombre Luna de lo oscuro, como un vampiro (pero no como virgen, jamás pensé en eso, pandilla), Batman era criatura de la noche. 

Desde luego, se le veía combatiendo crimen durante el día de vez en cuando, pero generalmente era una figura en las sombras o un hombre de sombría apariencia apareciéndose a través de una ventana en alguna hora de la madrugada, con su capa flotando como una gigante sombra. En esas viñetas de Batman entra a la fuerza, notabas casi siempre miedo en los rostros de los malvados a quienes estaba por jalar por el retrete, y yo siempre me identifiqué con esas expresiones. Claro, yo pensaba (y todavía lo hago), sentado junto a un árbol en el jardín, o en la regadera, o en el retrete (o, como niño, bajo las sábanas con una linterna). Así es, deberían verse aterrados. Seguro que yo estaría aterrado si algo de ese tipo me sorprendiera a la fuerza así. Tendría miedo aun si no hubiera hecho nada malo.

Su hora era la noche; las sombras eran su sitio; como el murciélago de quien tomó el nombre, él veía a través de sus manos, piernas y oídos. Como Bruce Wayne era jovial, distinguido, lleno de elegancia y encanto, un tipo fácilmente identificado en su biblioteca repleta de libros alineados con un vaso amplio de brandy en una mano y una botana en la cercanía. Pero cuando la batiseñal flotaba contra uno de los rascacielos de Ciudad Gótica (o tal vez la parte baja de una útil nube pasajera) una siniestra y seria criatura emergía de la baticueva. Le podías disparar y sangraría... podías darle un buen golpe en la cabeza y se doblaría (al menos por un instante), pero nunca, nunca podías detenerlo.

Desde la cancelación del poco placentero programa de televisión hasta el 82 o algo así, Batman vivió en las sombras. No solo como un personaje, sino también como un personaje ficticio que se publicó. Hubo una época, no me molesta compartirlo con ustedes, cuando me ponía a repasar los puestos de periódico con detenimiento (y algo emocionado) cerca de mitad de mes, seguro de que el Justiciero Enmascarado estaría desaparecido, un personaje que simplemente se desvaneció en el silencio y el pasillo de la oscuridad, donde creaciones increíbles como J'onn J'onzz, Manhunter de Marte; Plastic Man; The Blackhawks; Captain Marvel; y Turok, Hijo de Roca habían terminado antes que él. 

Parece que estuve mal en preocuparme.
Parece que no puedes derribar a un viejo murciélago. 

Durante los últimos cuatro años o algo así, una de dos cosas ha pasado: nuevos fans se han interesado en las hazañas de Batman o algunos de los viejos fans han estado tomando lugar nuevamente. De cualquier manera, el despegue en publicidad y las triunfantes ventas de The Dark Knight Returns de DC, quizá la más exquisita pieza de arte en un cómic jamás publicado en una edición moderna, parecieron asegurar el éxito continuo de Batman. Para mí, un gran alivio y un gran placer.

Quiero felicitar al Justiciero Enmascarado por su larga y valiente historia, agradecerle las horas de placer que me ha entregado y desearle muchos años más de un heroico deber de lucha contra el crimen. 

Ve tras ellos, Tipo Grande. Que tu batiseñal jamás falle, que tu batimóvil jamás se quede sin la gasolina con la cual corre y que tu cinturón jamás se encuentre sin accesorios en un momento crucial.
Y por favor, jamás vengas a atravesar mi ventana en la mitad de la noche. Me darías un susto que probablemente me causaría una hemorragia... y además, Tipo Grande, estoy de tu lado. 

Siempre lo estuve.

Stephen King, 1986
Batman # 400