jueves, 14 de septiembre de 2017

Coitus Interruptus



Su sonrisa me deslumbró desde el momento en que la ví. 

Ella estaba sentada justo al otro lado del restaurante en el que me encontraba. Usualmente siempre tengo la vista clavada en algún libro, pero ese día había algo no me permitía concentrarme en la lectura. 

Entonces alce la vista y la ví.

Era una visión en un hermoso vestido azul, sus piernas cruzadas y semi descubiertas eran toda una declaración de intenciones y sus pechos se adivinaban firmes tras un escote discreto pero capaz de exaltar al más santo de los hombres. Todo en ella era de una belleza y una sensualidad indecible.

Ella tenia su vista clavada en mí e inmediatamente supe que eso era lo que me impedía concentrarme en mi lectura, como si mi cerebro supiera que me observaban, como si dentro de mí ella me llamara.

Al momento me empezaron a asaltar todas las inseguridades que una persona siente cuando se sabe observado, pero había algo en sus ojos que me decía que ella no me estaba viendo exactamente a mí, sino que estaba imaginando algo más.

Al principio no pude reaccionar ante su escrutinio, no solo por el nerviosismo inicial, sino porque había algo en ella que me provocaba un incesante deseo de contemplarla. Intente apelar a mi lógica y tratar de encontrar la razón de esa fascinación visual, pero aún hoy no puedo explicarlo. Quizás fuese su cuerpo que aunque no era escandalosamente exuberante, al calor del momento yo habría jurado que era perfecto. Quizás fueran sus ropas que no eran provocadoras pero enfundaban su figura de tal manera que provocaba una mezcla de imaginación y curiosidad. Quizás fuese esa mezcla de niña y mujer que le daba un aire de inocencia y perversidad a la vez. O quizás fuese su sonrisa, una sonrisa de esas que dicen muchas cosas, de esas sonrisas llenas de pensamientos retorcidos que no dejan lugar a dudas y que se clavan en la memoria.

Fue entonces cuando ella se dio cuenta de que yo la veía. un movimiento nervioso hacia atrás la delató, desvió su vista, se acomodo el vestido y trato de pasar un mechón rebelde de su cabellera por detrás del oído. Su esfuerzo fue inútil porque el mechón se resistía a ser prisionero de su oreja y prefería caer coquetamente sobre sus ojos.

Rendida ante la tarea finalmente respiró y volvió a mirarme, yo seguía fascinado viendo la batalla que libraba con su cabello y con los pensamientos a mil por hora imaginando cosas como cuál seria el aroma de su cabellera o como se sentirían sus rizos deslizándose entre mis dedos.

Sus grandes ojos habían cambiado, ya no reflejaban la inocente curiosidad de unos minutos antes, ahora eran brillantes e intensos, como si un fuego salvaje se hubiese encendido tras ellos.

Una leve inclinación de mi cabeza, a manera de saludo fue lo que detonó de nuevo su sonrisa. Pensé que podría ser alguien que ya conocía con anterioridad pero algo dentro de mi sabía que si la hubiese visto antes definitivamente no la habría olvidado.

Su siguiente movimiento derribó todas mis barreras, con toda la naturalidad e inocencia del mundo llevó su dedo a la comisura de su boca y mordió su uña sin dejar jamas de mirarme fijamente ni de mostrar esa incitante sonrisa. Ahí murieron todas mis dudas y decidí tomar el control de la situación antes de que esta me sobrepasara.

Lentamente me coloqué derecho sobre la silla y me gire un poco para dar mi mejor perfil, al tiempo que le sonreía. Si ella percibía mi nerviosismo jamás lo hizo evidente y al contrario, inmediatamente se sonrojó con un furioso tono escarlata cumpliendo así con su papel de damisela cortejada.

Ese tono en su cara me envalentono y decidí seguir el juego, levante mi vaso con él en la mano le hice un gesto de brindis, el cual ella respondió de igual forma con su vaso. Cuando iba a proseguir noté que su mirada se clavaba hacia abajo, dirigiendo mi atención a sus piernas, donde su mano lentamente levantaba su vestido. Nervioso miré a todos lados para ver si alguno de los otros pocos comensales se percataba del intercambio que se daba de lado a lado del salón, pero mi bella interlocutora parecía tener total control de la situación, dándome solo a mi un vistazo privilegiado de su anatomía, sin despertar sospechas en las demás mesas.

Aquel movimiento enervó mis ansias y exacerbó mi ya desbocada imaginación. Mis manos se movían nerviosamente en el anhelo de tocarla, mi piel ardía en una fiebre que solo su piel apagaría y de mi boca escapo un sonido grave y ronco, aunque apenas audible, como el gruñido de un lobo que solo el besarle y provocar en ella el mismo gemido acallarían.

Evidentemente no me iba a quedar atrás, los demás comensales y el resto del mundo habían desaparecido para mi. Solo existíamos ella y yo, envueltos en medio de este erótico y silente juego de ajedrez.

Dispuesto por fin a darlo todo por el todo, le señale con los ojos la silla vacía que había en mi mesa, pero ella declinó con la cabeza y señaló con sus ojos hacia la puerta del baño. 

Mi mente explotó imaginando las posibilidades, el morbo gritó con todas sus fuerzas dentro de mi y mi ser pensante abandonó la batalla totalmente derrotado por el ímpetu hormonal. Empece a imaginar la estrategia a seguir, la mejor manera de llegar ambos al lugar indicado sin ser notados, y finalmente, empece a imaginar cómo sería el esperado encuentro. 

No voy a mentir inventando fantasías llenas de mimos, besos tiernos y palabras de amor, ninguno de los dos estaba ahí para eso. En apenas segundos fantaseé como la tomaría fuerte entre mis brazos apenas entrar, notando el roce de nuestros cuerpos, mis manos ansiosas la recorrerían toda, aspirando con desesperación el olor de su cabellera a la vez que mi cara se perdería en su cuello. Nos miraríamos. Nos besaríamos. Nos acercaríamos tanto que a la ropa le costara trabajo encontrar una forma de salir de en medio. 

Allí encerrados, aislados del mundo y ante el amparo del anonimato, le besaría como si no hubiera un mañana, apasionadamente bajaría por su cuello y tiraría de su cabello para forzarla a descubrir esa curva entre su barbilla y su hombro. Mi boca y mis dientes harían presa de piel, Imaginaba con claridad los gemidos ahogados que trataríamos de cubrir para no ser descubiertos y casi pude escuchar el pequeño grito que soltaría cuando mordiera su hombro.

Las escenas se sucedían una tras otra en mi cabeza, mis músculos se tensaron pensando en la fuerza con la que la giraría para besar su nuca y morder su espalda a la vez que mis manos la recorrerían entera despojándola de su vestido. Casi podía sentir en mis manos el tacto quemante de sus pechos, el anhelo del roce de su piel extasiaba mis sentidos y no podía postergarlo más, debía estar con ella. Debía estar en ella. 

Con mi vista clavada en sus ojos, como un lobo que acecha a su presa, me levante lentamente de mi mesa. Mi mejor instinto de depredador me orientaba hacia ella, pero su mirada no dejaba de indicarme en dirección al baño, así que cumpliendo sus deseos me dirigí hacia allá. 

Cuando me acercaba a la puerta, esta se abrió y del interior salió un hombre mayor, de aspecto distinguido y con canas en el cabello que le conferían un aspecto gallardo e interesante. Algo en él llamó inmediatamente mi atención y lo seguí con la mirada. El hombre caminó con paso firme directo a la mesa en la que ella se encontraba y le ofreció la mano para ayudarle a levantarse. Ella la tomó  y tomada de su brazo se dirigieron juntos a la salida.

Un paso antes de salir volvió la vista atrás y me miró directo a los ojos. Sus labios se movieron pronunciando algo que no entendí. Pudo ser un Adiós,  pudo ser un Te Amo, quizás un Auxilio y hasta podría haber sido un Lo Siento

Nunca lo sabre y creo que no habría hecho ninguna diferencia.

jueves, 7 de septiembre de 2017

El Signo


No hables a todos de las cosas bellas y esenciales.

No arrojes margaritas a los cerdos.

Desciende al nivel de tu interlocutor; para no humillarle o desorientarle.

Sé frívolo con los frívolos...; pero de vez en cuando, como sin querer, deja caer en su copa, sobre la espuma de su frivolidad, el pétalo de rosa del Ensueño.

Si no reparan en él, recógelo y vete de su lado, sonriente siempre: es que para ellos aún no llega la hora.

Mas, si alguien coge el pétalo, como a hurtadillas, y lo acaricia, y aspira su blando aroma, hazle en seguida un discreto signo de inteligencia...

Llévale después aparte; muéstrale alguna o algunas de las flores milagrosas de tu jardín; háblale de la Divinidad invisible que nos rodea..., y dale la palabra del conjuro, el ¡sésamo, ábrete!, de la verdadera Libertad.


Amado Nervo